Estrategias y estratagemas no ordinarias para la rápida solución de problemas complejos
Madrid, 28 y 29 de Noviembre de 2009
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Este es un blog pensado tanto para los que nos dedicamos a intervenir con familias y queramos compartir artículos o técnicas, como para todas aquellas personas que tengan interés sobre el tema.
Lo que lo llevó a confirmar que en los dos tipos de violencia, la organizada y la familiar se requieren por lo menos tres grupos de personas donde la vida está amenazada y los derechos humanos pisoteados.
1º grupo: compuesto por los represores, torturadores, abusadores, maltratadores, etc
2º grupo conformado por las víctimas hombres, mujeres, niños y niñas perseguidos, encarcelados, torturados y exilados
3º grupo constituido por los terceros, los otros, los instigadores, los ideólogos, los cómplices, pero también los pasivos, los indiferentes, los que no quieren saber o los que sabiendo no hacen nada para oponerse a estas situaciones y/o tratar de contribuir a crear las condiciones para un cambio
Tanto Barudy como Alice Miller coinciden en encontrar las raíces de la violencia organizada y la violencia familiar en el maltrato y el abuso sufrido en la infancia
Cuando la infancia, etapa fundacional para una posterior salud adulta, es cercenada desde todo punto de vista, victimizada material, emocional, física y sexualmente, los resultados son múltiples y diversos en cuanto al daño psíquico de la criatura humana. Pudiendo preverse las respuestas de acuerdo a las características genéricas de su sexo.
Los factores socioeconómicos, socioculturales y psicosociales se interrelacionan entre sí para dar lugar a la producción y reproducción de relaciones interpersonales violentas, las cuales crecen en el seno de las familias que funcionan como escuelas de formación de futuros sometimientos y subordinaciones, instalándose las raíces del odio en la construcción de las subjetividades.
Verdaderos “semilleros de odio” son cultivados en estos hogares con estructuras jerárquicas, verticalistas y autoritarias que facilitan el abuso del poder impregnados en las prácticas de sus miembros. En esta dinámica se pone énfasis en los deberes de los subordinados y nunca en los derechos, por lo que la infancia crece en una oscura conciencia de sus capacidades y sus derechos.
Se naturaliza y goza de alta estima la corrección mediante el golpe, la humillación, la denigración por parte de la autoridad, de igual manera que el respeto unidireccional de quién la imparte, anulando la posibilidad de defensa de los más débiles.
El entrenamiento en la obediencia sin crítica, sin la posibilidad de un estímulo reflexivo, anula la percepción del sí mismo, disminuyendo la autoestima y convirtiendo a sus miembros en adeptos incondicionales de la violencia.
El antagonismo de géneros aprendido en la violencia de estos hogares condicionará a los varones a una masculinidad que asocian a la agresión, la conquista y el ejercicio de poder arbitrario con las mujeres y la niñez. La virilidad será expresada por la fuerza que manifiesta el grito, el golpe, la violación.
No sólo la identificación con la figura paterna lo llevará a esas conductas, sino también las ansias de recuperar el poder perdido en la infancia a manos de sus progenitores, cuando los sentimientos de desolación y desamparo lo enfrentaban a la convicción de estar totalmente desprotegido
Reviven ante su mujer y la niñez, que supuestamente está a su cargo “esa vulnerabilidad de sus primeros años de vida que no consiguen recordar, y sólo entonces a la vista de esos seres humanos más débiles que ellos, se defienden brutalmente”.
El colectivo masculino vela porque así suceda, hay que demostrar que se es un hombre y para ser hombre se tiene que demostrar que no se es un niño, ni una mujer, ni un homosexual. La inseguridad y precariedad de esta identidad hace que se busque desesperadamente una seguridad que solo encuentra en el sometimiento de otros seres.
Mientras en los hombres las consecuencias del maltrato vivido en la infancia va a proyectarse hacia afuera, en las mujeres, las graves injusticias y agresiones infligidas en la infancia, tendrán otro destino en el futuro, dada la imposibilidad de defenderse y articular su rabia y su dolor, estas experiencias no podrán ser integradas en su personalidad y la hostilidad conciente o inconsciente se dirigirá contra sí misma, bien contra su cuerpo (somatizaciones crónicas, dipsomanías, drogadicciones, comer compulsivo o falta de apetito etc.) o hacia quienes consideran parte de ella misma, su descendencia.
"Un niño o niña que haya sido abusado no se convertirá en criminal o mentalmente enfermo si, por lo menos una vez en su vida, encuentra a una persona que comprenda que no es el niño o la niña abusado/a e impotente quien está enfermo/a sino su entorno. Hasta tal punto el conocimiento o la ignorancia de la sociedad (parientes, asistentes sociales, terapeutas, profesores, doctores, psiquiatras, funcionarios, enfermeras) pueden salvar o destrozar una vida".