
Valencia, 11, 12 y 13 de mayo de 2010
Fuente:www.atencionmenores.blogspot.com/

Este es un blog pensado tanto para los que nos dedicamos a intervenir con familias y queramos compartir artículos o técnicas, como para todas aquellas personas que tengan interés sobre el tema.
EL PROCESO DE
A través de este proceso de maduración psicológica, los hijos van a dejar de comportarse como niños dependientes o rebeldes, para convertirse en adultos autónomos, responsables y maduros, con una identidad propia, diferente de la que los padres deseaban.
La mayoría de los adolescentes suelen comportarse de forma inmadura o pseudodiferenciada (diferenciada sólo en apariencia). Es normal que a esa edad se muestren reacios a ser autónomos, que no se animen a tomar decisiones y adoptar criterios propios y que no quieran responsabilizarse de sus actos, pues aún no han logrado diferenciarse.
Aunque no tengan que alarmarse por estos comportamientos, es conveniente que los padres identifiquen estas actitudes inmaduras presentes en sus hijos, para intentar no perpetuarlas con su manera de relacionarnos con ellos.
Podríamos hablar de dos grandes actitudes inmaduras, propias de la pseudodiferenciación:
Los adolescentes dependientes y sumisos suelen parecer muy maduros, porque se muestran dóciles y obedientes y, en ocasiones, responsables.
Son chicos que priman el vínculo y la relación con sus padres sobre su propio criterio, su autonomía y su persona.
Muchos padres, educadores y técnicos tenemos esta actitud sumisa o dependiente como ideal, pues los chicos que se comportan así apenas nos plantean problemas: comparten de forma acrítica nuestras opiniones, aceptan de buen grado las decisiones que tomemos por ellos y nos obedecen sin cuestionar nada de lo que le digamos. Pero, ¿pensáis que estas actitudes son maduras?, ¿creéis que estos chicos están realmente diferenciados?
El desarrollo de su autonomía, su identidad y, en definitiva, de su diferenciación van a quedar interrumpidos.
Son chicos que dan más importancia a su independencia que al cumplimiento de sus responsabilidades y el cuidado del vínculo y la relación con los demás.
Aunque como veíamos al principio, algo de rebeldía y de conflicto es necesario para diferenciarse, actuar permanentemente de esta forma por parte del adolescente no va a favorecer su diferenciación.
Si los padres consiguen ayudar a estos chicos a superar esta rebeldía permanente, lograrán que se conviertan en personas verdaderamente adultas, maduras y autónomas, responsables de sus propios actos y con criterio propio.
El logro de la diferenciación se produce a finales de la adolescencia o a principios de la juventud, e incluso continúa desarrollándose en la adultez, por lo que no debemos preocuparnos si los chicos con los que trabajamos todavía tienen poco que ver con este perfil.
Pero es conveniente saber qué comportamientos tienen los chicos más diferenciados, para que nos sirvan de mapa de referencia en la educación de los hijos.
A la par que se alejan en cierta medida de sus padres, estos chicos se vinculan a un grupo de amigos, que le brindan apoyo emocional y le animan a explorar el mundo
Los adolescentes más diferenciados tienen deseos y criterios propios, no tomados pasivamente de sus padres y amigos, ni elegidos por llevar la contraria a los demás. En este sentido, los adolescentes más diferenciados se mostrarán de acuerdo en algunas ocasiones y en otras, manifiestarán sus discordancias con los padres y sus iguales. Simbólicamente, nos están diciendo: “Estas son mis creencias y convicciones, este soy yo y esto es lo que haré y lo que no”. Son capaces de defender sus criterios sin ser dogmáticos ni rígidos (si no, estaríamos hablando de chicos rebeldes, que van a la contra); en este sentido, podrán escuchar y apreciar los puntos de vista de los demás, pero no van a modificar sus criterios por medio de la coacción o la presión de los padres o amigos, por su necesidad de aprobación o por reforzar su posición frente a los padres o los iguales.
En cuanto a la asunción de responsabilidades, los adolescente más diferenciados son capaces de tomar sus propias decisiones, a pesar de que a otros no les agraden, y van a asumir sin problemas las consecuencias que se derivan de sus decisiones y sus comportamientos.
Entienden que su incremento de libertad tiene que ir acompañado de un aumento de responsabilidad, y en ese sentido, van a asumir sin grandes dificultades las responsabilidades propias de su edad
De todos los grupos sociales en los que el adolescente se encuentra inmerso, ninguno es capaz de ejercer un influjo tan grande como el ejercido por la familia y, más en concreto, por los padres sobre los hijos. Es por esto que los padres van a jugar un papel fundamental en la consecución de la diferenciación por parte de sus hijos adolescentes.
El gran desafío evolutivo que deben afrontar los padres es el de evitar perpetuar las relaciones que fomentan la pseudodiferenciación de sus hijos y fomentar las relaciones familiares que promueven su diferenciación.
Vamos a analizar a continuación las relaciones que mantienen la pseudodiferenciación, y en el apartado siguiente, las que favorecen la diferenciación.
Los padres, con la mejor de sus intenciones, pueden perpetuar los comportamientos pseudodiferenciados de sus hijos (actitud dependiente y sumisa, o rebelde y egoísta) adoptando cualquiera de estos tres patrones relacionales: el patrón autoritario, el sobreprotector y el intermitente.
® El Patrón Autoritario:
Los padres que adoptan este perfil autoritario se relacionan con sus hijos desde una posición jerárquica muy marcada (padres arriba e hijos abajo) y la comunicación que establecen con sus hijos suele ser unidireccional: los padres sermonean y los hijos escuchan pacientemente.
Estos padres le dan mucha importancia a la disciplina, al deber y a la represión de los deseos y apetencias de los hijos.
A estos padres les cuesta entender que sus hijos no deben convertirse en buenos imitadores, sino en seres completamente originales y libres. Al restringir la libertad e imponer sus criterios, estos padres inhiben el crecimiento y la diferenciación de sus hijos; de alguna manera, les están obligando a contradecir sus propios deseos y criterios, a renunciar a su autonomía y a su independencia
Los padres que se corresponden con este patrón relacional han construido su identidad en torno al cuidado de los hijos; es lo que da sentido y función a sus vidas. Estos padres tan solícitos, pretenden eliminar todas las dificultades de sus hijos y hacerles la vida más fácil. De alguna manera, le transmiten a sus hijos que “en ningún sitio puedes sentirte tan seguro y a gusto como en casa”.
Estos padres tan dulces dificultan el desarrollo de la diferenciación de sus hijos, ayudándoles constantemente, rescatándoles de las dificultades y librándoles de las consecuencias de sus actos.
Creen que resolviéndoles la vida ayudan a sus hijos, pero lo que están haciendo en realidad es obstaculizar su crecimiento. A estos padres les cuesta asumir que su hijo tiene que madurar, dejar de depender de ellos, convertirse en una persona autónoma que aprende de sus equivocaciones, que crece con la superación de sus dificultades y que aprende con las consecuencias de sus comportamientos.
La hiperprotección de estos padres puede fomentar actitudes dependientes en sus hijos. El adolescente puede entender de alguna manera que sus padres lo hacen todo por él, porque él sólo no puede, porque es incapaz. Si los hijos incorporan esta creencia, terminarán delegando el control de sus vidas en sus padres: pedirán constantemente la ayuda de sus padres en las tareas escolares, en los conflictos con sus compañeros y ante las más mínimas dificultades. Estos hijos tendrán cada vez menos responsabilidades y sus capacidades tenderán a atrofiarse porque no son puestas a prueba ni se ejercitan.
La sobreprotección también puede provocar que los hijos se vuelvan egoístas. Estos chicos consiguen todo lo que quieren con sólo pedirlo y sin esforzarse, lo que les vuelve intolerantes a la frustración, y el que sus padres le suplan en sus responsabilidades, y sus comportamientos inadecuados no vayan seguidos de consecuencias temibles, les vuelve irresponsables de sus propios actos.
Los padres que encajan con este estilo no tienen unos patrones fijos de interacción con sus hijos; alternan los patrones de hiperprotección con los patrones autoritarios.
Al no existir una dirección clara en ninguno de estos casos, surgen mensajes contradictorios.
La intermitencia de los padres va a fomentar las actitudes pseudodiferenciadas de los hijos. Éstos pueden confundirse con esta ambivalencia, mostrándose obedientes en algunas ocasiones y en otras rebeldes; o pueden comportarse de forma egoísta, aprovechándose de la falta de criterio y de consenso entre sus padres y aliándose con uno o con otro, según les interese, para salirse con la suya,
En el camino hacia la diferenciación, los padres van a observar en sus hijos comportamientos y mensajes que les indican que aún no han conseguido madurar ni diferenciarse. Es normal que el adolescente aún tenga comportamientos y actitudes propios de su edad, que encajan más con la pseudodiferenciación. Pero como ya habremos comprendido con el apartado anterior, lo importante no es tanto cómo se comporta el adolescente, sino cómo responden sus padres a sus comportamientos. Si quieren que se conviertan en adultos, los padres dejar de tratarles como si fueran niños, y adoptar roles que faciliten su diferenciación.
® Hacer equipo: Los padres deben funcionar como un equipo fuerte y unido. Deben pactar con su pareja un criterio educativo común, procurando no desdecirse nunca delante de los hijos.
® Delegar gradualmente la toma de decisiones en los hijos: Los padres han de permitir que sus hijos tomen decisiones desde pequeños, pasando poco a poco de cuestiones menos relevantes (por ejemplo, el jersey que se quiere poner hoy) a temas más importantes (por ejemplo, el itinerario educativo que quiere seguir en 4º de
® Traspasar progresivamente las responsabilidades a los hijos: Cuando los hijos eran niños, los padres asumían muchas funciones que, ahora que son adolescentes, les deben ir delegando. Los hijos adolescentes ya pueden despertarse por sí mismos, preparar su desayuno, llevar la ropa a la lavadora, hacer sus deberes, llevar las llaves de casa y manejar su dinero. Los padres deben tratar de dar a sus hijos cada vez más responsabilidades, de forma gradual, y siempre teniendo en cuenta sus capacidades. La asunción de estas responsabilidades les hará más maduros y autónomos.
® Permitir que los hijos vivan las consecuencias de sus decisiones y sus comportamientos: Hacerse responsable no sólo implica tomar decisiones o comportarse libremente; también conlleva asumir las consecuencias que generan esas decisiones y esos actos. Cuando los hijos tomen una mala decisión, los padres pueden tratar de apoyarles, pero sin ahorrarles todas las dificultades ni resolverles todos sus problemas; estas consecuencias van a ayudar a los chicos a aprender de sus errores, más que cualquier sermón que los padres le puedan soltar. Por último, es conveniente que ayudar a que los hijos vivan las consecuencias de sus comportamientos; por ello, los padres deben tratar de no incumplir las amenazas o advertencias que les hayan hecho.
® Establecer unas normas y unos límites: Los hijos necesitan que los padres le impongan unos límites razonables, similares a los que tendrán que enfrentarse en el mundo adulto. Pueden exigirles, por ejemplo, un respeto, un orden en los espacios comunes, un control de sus gastos, unos horarios de llegada pactados y que estudien o trabajen. Estos límites van a ayudar a los hijos a adaptarse a la realidad, indicándole lo que pueden y no pueden hacer, lo que es negociable y lo que no lo es.
® No sermonear ni entrar en batalla con los hijos: Cuando los hijos se ponen tercos con algún tema, no por sermonearles durante mucho tiempo ni por entrar en luchas de poder con ellos, los padres le van a hacer cambiar de criterio. Al contrario, es posible que se pongan a la defensiva y adopten una postura rebelde, contraria a todo lo que le digan. Por ello, cuando padres e hijos entran en batallas sin fin, es mejor que los padres eviten reaccionar ante su reactividad, interrumpan la disputa y dejen que los hijos se enfríen; cuando estén más calmados, es posible que se muestren más receptivos con aquello que los padres le quieren transmitir. Los padres no pueden pedir a sus hijos que se controlen si primero no son capaces de controlarse ellos.
® Reforzar los logros de los hijos sin focalizar demasiado en lo negativo: Es importante que los padres reconozcan las habilidades, los logros y los comportamientos responsables de sus hijos. Si no refuerzan de vez en cuando y sólo señalan lo que les disgusta de ellos, sentirán que sus padres están “a la que salta” con ellos y dejarán de mostrar sus facetas más maduras. Los padres deben ser prudentes y evitar emitir juicios peyorativos o descalificadores sobre sus hijos.