martes, 13 de octubre de 2009

VIOLENCIA EN LA INFANCIA: LA PEDAGOGÍA NEGRA O SEMILLEROS DE ODIO

Alice Miller en su libro "Por tu propio bien", detalla en un estudio minucioso de lo que llama "La pedagogía negra", o "los semilleros del odio", da cuenta de los conceptos educativos en que fueron criados nuestro abuelos y padres y cuyas pautas fundamentales las resume en los siguientes puntos:

*Que los adultos son dueños y amos del niño o la niña dependiente
*Que deciden como dioses, que es lo justo y lo injusto
*Que su ira proviene de sus propios conflictos
*Que el niño o la niña es responsable de ella
*Que a los padres siempre hay que protegerlos
*Que los sentimientos vivos de un niño, niña suponen un peligro para el adulto dominante
*Que al niño hay que "quitarle su voluntad" lo antes posible
*Que todo hay que hacerlo a una edad muy temprana para que el niño o la niña "no advierta nada y no pueda traicionar al adulto.

Esto se logra a partir de transmitir de generación en generación informaciones e ideas falsas como las siguientes:
*Que el sentimiento del deber engendra amor
*Que se puede acabar con el odio mediante prohibiciones
*Que los padres merecen respeto a priori, por ser padres
*Que los niños y niñas, a priori, no merecen respeto alguno
*Que la obediencia robustece
*Que un alto grado de autoestima es perjudicial
*Que la escasa autoestima conduce al altruismo
*Que la ternura es perjudicial
*Que atender las necesidades del niño, la niña es malo
*Que la severidad y la frialdad constituyen una buena preparación para la vida
*Que la gratitud fingida es mejor que la ingratitud honesta
*Que la manera de ser es más importante que el ser
*Que ni los padres ni Dios sobrevivirán a una afrenta
*Que el cuerpo es algo sucio y repugnante
*Que la intensidad de los sentimientos es perjudicial
*Que los padres son seres inocentes libres de instintos
*Que los padres siempre tienen razón

Si bien en la época actual no se expresan de manera tan desenfadada como lo hacían los educadores de aquellos años, estas ideas siguen presente de manera más sutil pero no menos eficaz en el imaginario social .

Jorge Barudy psiquiatra y terapeuta familiar de origen chileno que padeció la tortura y la cárcel de la dictadura de su país en la década del 70, al exilarse a Bélgica se dedicó al tratamiento e investigación con exilados de todas partes del mundo llegando a la conclusión:
  • Primero, la violencia organizada y la tortura es un fenómeno mundial independiente de ideologías, religiones y razas de los que la ejercen.
  • Segundo: la causa y la intensidad del sufrimiento de muchos de sus pacientes no solo se explicaba por sus experiencias traumáticas de persecución, cárcel, tortura y exilio, sino que además muchos de los sufrimientos de estas personas estaban en relación con abusos cometidos en su infancia. Observando que algunas de las familias que consultaban funcionaban como verdaderas dictaduras familiares.

Lo que lo llevó a confirmar que en los dos tipos de violencia, la organizada y la familiar se requieren por lo menos tres grupos de personas donde la vida está amenazada y los derechos humanos pisoteados.
1º grupo: compuesto por los represores, torturadores, abusadores, maltratadores, etc
2º grupo conformado por las víctimas hombres, mujeres, niños y niñas perseguidos, encarcelados, torturados y exilados
3º grupo constituido por los terceros, los otros, los instigadores, los ideólogos, los cómplices, pero también los pasivos, los indiferentes, los que no quieren saber o los que sabiendo no hacen nada para oponerse a estas situaciones y/o tratar de contribuir a crear las condiciones para un cambio


Tanto Barudy como Alice Miller coinciden en encontrar las raíces de la violencia organizada y la violencia familiar en el maltrato y el abuso sufrido en la infancia
Cuando la infancia, etapa fundacional para una posterior salud adulta, es cercenada desde todo punto de vista, victimizada material, emocional, física y sexualmente, los resultados son múltiples y diversos en cuanto al daño psíquico de la criatura humana. Pudiendo preverse las respuestas de acuerdo a las características genéricas de su sexo.

Los factores socioeconómicos, socioculturales y psicosociales se interrelacionan entre sí para dar lugar a la producción y reproducción de relaciones interpersonales violentas, las cuales crecen en el seno de las familias que funcionan como escuelas de formación de futuros sometimientos y subordinaciones, instalándose las raíces del odio en la construcción de las subjetividades.
Verdaderos “semilleros de odio” son cultivados en estos hogares con estructuras jerárquicas, verticalistas y autoritarias que facilitan el abuso del poder impregnados en las prácticas de sus miembros. En esta dinámica se pone énfasis en los deberes de los subordinados y nunca en los derechos, por lo que la infancia crece en una oscura conciencia de sus capacidades y sus derechos.
Se naturaliza y goza de alta estima la corrección mediante el golpe, la humillación, la denigración por parte de la autoridad, de igual manera que el respeto unidireccional de quién la imparte, anulando la posibilidad de defensa de los más débiles.
El entrenamiento en la obediencia sin crítica, sin la posibilidad de un estímulo reflexivo, anula la percepción del sí mismo, disminuyendo la autoestima y convirtiendo a sus miembros en adeptos incondicionales de la violencia.
El antagonismo de géneros aprendido en la violencia de estos hogares condicionará a los varones a una masculinidad que asocian a la agresión, la conquista y el ejercicio de poder arbitrario con las mujeres y la niñez. La virilidad será expresada por la fuerza que manifiesta el grito, el golpe, la violación.
No sólo la identificación con la figura paterna lo llevará a esas conductas, sino también las ansias de recuperar el poder perdido en la infancia a manos de sus progenitores, cuando los sentimientos de desolación y desamparo lo enfrentaban a la convicción de estar totalmente desprotegido
Reviven ante su mujer y la niñez, que supuestamente está a su cargo “esa vulnerabilidad de sus primeros años de vida que no consiguen recordar, y sólo entonces a la vista de esos seres humanos más débiles que ellos, se defienden brutalmente”.

El colectivo masculino vela porque así suceda, hay que demostrar que se es un hombre y para ser hombre se tiene que demostrar que no se es un niño, ni una mujer, ni un homosexual. La inseguridad y precariedad de esta identidad hace que se busque desesperadamente una seguridad que solo encuentra en el sometimiento de otros seres.

Mientras en los hombres las consecuencias del maltrato vivido en la infancia va a proyectarse hacia afuera, en las mujeres, las graves injusticias y agresiones infligidas en la infancia, tendrán otro destino en el futuro, dada la imposibilidad de defenderse y articular su rabia y su dolor, estas experiencias no podrán ser integradas en su personalidad y la hostilidad conciente o inconsciente se dirigirá contra sí misma, bien contra su cuerpo (somatizaciones crónicas, dipsomanías, drogadicciones, comer compulsivo o falta de apetito etc.) o hacia quienes consideran parte de ella misma, su descendencia.



"Un niño o niña que haya sido abusado no se convertirá en criminal o mentalmente enfermo si, por lo menos una vez en su vida, encuentra a una persona que comprenda que no es el niño o la niña abusado/a e impotente quien está enfermo/a sino su entorno. Hasta tal punto el conocimiento o la ignorancia de la sociedad (parientes, asistentes sociales, terapeutas, profesores, doctores, psiquiatras, funcionarios, enfermeras) pueden salvar o destrozar una vida".

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